Había una vez una familia, que tenia dos hijos, uno era Benjamín y Ángel, ambos eran diametralmente opuestos.
Benjamín era juguetón, vivía inventado aventuras con sus juguetes, siempre estaba invitando a jugar, y con lo que pillara inventaba casas con cajas de cartón. O fuertes en árboles, con palos que recogía de la calle o desechos de algún arreglo casero.
Ángel era más grande, acompañaba a Benjamín, pero a veces él prefería sus libros, y en ese devenir de siempre, sólo querer crecer, de hacerlo lo más rápido que pudiese ser.
Después de un agotador día de jugar con sus vecinos y de una corta lectura, se quedó dormido en su cama con el libro sobre su pecho. Su madre fue a darles las buenas noches, se acercó a acomodar a sus hijos. Y sacó el libro de su pecho, les dió un beso en la frente.
A los pies de su cama, hizo una oración por sus hijos, que fueran protegidos de todo mal, de vivir sus vidas en el ritmo esperado sin saltarse etapas.
Ángel fue visitado por una hada que le preguntó por qué no disfrutaba de su niñez, porque siempre querer crecer tan rápido, porque no valorar los juegos, porque era un anciano en cuerpo de niño. Vive la vida, disfrútala, mira estos espejos de vida.
Le llevo a la casa de Jaime, en un espejo mira como vive su vida este niño. Allí le mostró como Jaime cruzando la calle, habia sido atropellado y los largos períodos que debia pasar en cama, lo hacía disfrutar de la lectura y de los juegos de computador. Pero no había como compartir con otros, el extrañaba a sus amigos, sus risas, sus juegos, sus inventos.
En otro espejo le mostró la vida de Margarita, era una niña muy bella y había sufrido una meningitis. Estaba en cama, las primeras horas eran vitales, podía morir pero en su rostro habia una expresión tan feliz. Porque estás tan contenta hija, le preguntó su madre y ella respondió: Mamá, hay tantas mariposas, y me fascina ver como visitan a las flores, como se detienen un momento, como se mimetizan. Mamá tienen tan hermosos vestidos las mariposas.
En el siguiente espejo, Ángel se vio a sí mismo, siendo un abuelo. Que casacarrabias se había puesto, y cuando sus nietos le preguntaron que juegos habia inventado o participado. Él sólo pensó en Benjamín, y el mundo se coloreo. Siento que Benjamín, con todas sus locuras para mí, me ayudaba a ser niño.
Ángel se despertó lleno de amor, y miró a Benjamín, su hermano menor. Su alegría y entusiasmo era un tesoro que debía compartir con él.
Es así como nuestro cuento paso por un zapatito roto y pronto te contará otro...